Lo que aprendí del futbol


He jugado futbol desde que tengo memoria. Desde antes de tener memoria. Hay fotografías mías tras de un balón a una edad en la que ni recuerdo ni haber existido. Siempre me ha gustado más, mucho más, jugarlo que verlo. No soy un erudito en formaciones y estadísticas y tampoco soy muy bueno con la pelota, pero siempre, toda mi vida, el futbol ha estado presente. Tengo algunos huesos rotos por causa del futbol, pero cada uno de los dolores que esas lesiones me ocasionan en los días fríos, me llevan a momentos de gloria o por lo menos, de felicidad jugando futbol. Hoy sigo jugando futbol. Cuarenta años después de tener mi primer uniforme, sigo aprendiendo del futbol.


Para muchos, es un total sinsentido al perseguir una pelota en paños menores – los que la persiguen, no la pelota, que una pelota en paños menores no rodaría tan bien y podría causar envidias a otras pelotas no tan redondas –. Para otros es una forma de vida, casi una religión. Conocen y hablan de historia, equipos, jugadores, estadísticas, comparan a los de hoy con los de hoy, a los de hoy con los de ayer y a los de ayer con los de ayer. Conocen a un O-Rei y a otros muchos que, por lo menos durante un breve momento, son considerados más grandes que, los sucesores de, iguales que. Aquí no hablo del espectáculo, de los equipos ni de estadísticas y famosos. Hablo del juego que he jugado toda la vida. Para mí es una forma de vida, no, es un reflejo de la vida, una lección de vida. Muchas lecciones he aprendido, voluntaria e involuntariamente al jugar futbol. Puede ser que con otros deportes sea igual, se aprendan las mismas lecciones y se concluya lo mismo, pero no lo sé. Yo juego futbol. Con el futbol he aprendido a correr, a meditar, a analizar y a caminar. Jugar futbol sin correr es imposible, aún los porteros – esa especie tan diferente de los otros jugadores – deben correr en algún momento. La carrera no es sólo avanzar los más rápido posible, no. Hay que correr pensando, previendo, adivinando, cuidando, planeando. Si tienes el balón debes estar pendiente de no olvidarlo detrás o pegarle tan fuerte que se aleje y lo pierdas. Debes estar alerta de los contrarios, que llegarán en cualquier momento a tratar de quitártelo, a veces leal y limpiamente, a veces con una patada. Mientras corres con esas preocupaciones, debes tener en mente ¿dónde estás? ¿a dónde vas? ¿puedes tirar o debes pasar el balón? ¿qué tal un túnel? Y no sólo eso, también tu siguiente movimiento. Al pasar el balón ¿regreso a mi posición? ¿sigo corriendo? ¿me cambio de lado para que me lo regresen? Con el futbol he aprendido que todos somos iguales y todos formamos parte del equipo, pero no todos tenemos las mismas funciones y no todos tenemos las mismas capacidades. Si ganamos, ganamos todos y si perdemos, perdemos todos. Pero la función principal del centro delantero es meter goles. No es defender, no es tirar centros, no es parar un penal, es meter goles. La función principal de un defensa es eso, defender. Algún erudito del balompié me dirá que en el futbol total y en el futbol moderno, todos hacen de todo. Es cierto, los delanteros defienden, los defensas atacan. Pero su función principal sigue siendo la misma. Y seguirá siendo mientras se juegue futbol. De nada sirve un delantero que sea excelente defendiendo, pero no sirva para atacar. O se va a la banca o se va a la defensa, pero no seguirá siendo delantero. También el futbol me ha enseñado que siempre hay una oportunidad. Cada partido es una nueva oportunidad para levantarse de la última derrota. No importa el resultado del último partido. Al sonar el silbato, inicia una nueva oportunidad, por difícil que se vea, de dar lo mejor de uno, de ayudar al equipo y por qué no, de ganar. Al jugar futbol he experimentado la lealtad, la lealtad a un equipo, a un grupo, incluso a los enemigos. También he conocido lo opuesto. Las entradas con ganas de lastimar, los escupitajos en la cara o las piernas. Lo desleal dentro y fuera del equipo. Y he aprendido a superarlo. He tenido enemigos por jugar futbol, acérrimos enemigos dentro de las canchas. Con mucho trabajo, tuve que perdonarlos. Olvidar viejas rencillas y a perdonar, para llegar al próximo partido a jugar con lealtad. Aprender que los odios y enemistades se terminan al salir de la cancha. Muchas de las carcajadas más fuertes que he soltado, han sido durante un partido, oficial o no, de futbol. Aprendí a soportar las burlas por mis fallas y mis defectos y a sobreponerme después de cometer un error. El futbol me ha enseñado a esforzarme para rescatar un balón que parece perdido; a motivar a mis compañeros y a ayudarlos a sobreponerse a sus errores. Me ha enseñado a llorar de tristeza y a llorar de felicidad. Volver a jugar futbol es una motivación para rehabilitar una rodilla operada o una costilla rota. La esperanza de patear un balón, meter un gol, ser parte de otro equipo, ayudar a fortalecer un corazón infartado. Despertar cada día o cada dos o tres días, para ir a hacer ese ejercicio, que se hace exclusivamente por el gusto de hacerlo y no por la necesidad de bajar algunos kilos ganados o ponerse en forma. Conocer gente que de otra manera sería simplemente desconocida. Ser parte de un equipo, de un grupo donde no importa la edad, el sexo, el origen, la profesión, la ideología o la religión. Ejercer esos valores aprendidos en el futbol y que en el futbol son tan naturales, aun cuando fuera del campo en ocasiones nos cuesta trabajo siquiera comprenderlos – sorprendentemente, al iniciar el partido no se pregunta ni importa la preferencia sexual –. Admirar a aquellos jugadores que son mejores que yo, esforzarme por cerrar la brecha entre ellos y yo, y a aceptar que hay unos jugadores peores que yo, pero que se esfuerzan por hacerlo bien y ayudarlos a cerrar la brecha también. Pero no todo es maravilloso y buenas lecciones en el futbol. Aprende uno a patear, a veces hasta a hacer daño. Con el pretexto del juego limpio, puedes hacer tiempo, tirarte, fingir. Y reclamar si no te creen. Eso también enseña el futbol. Pero si estás atento y eres buen observador, verás que esas tácticas, en la mayoría de las ocasiones, son contraproducentes. Vas ganando por un gol en un partido importante y haces tiempo, alejas el balón, te tiras al piso, hasta que tu contrario anota un gol, o dos, y entonces comienzas a necesitar ese tiempo que perdiste. Con el futbol he aprendido a honrar el compromiso de ir al juego cada semana, sin importar que me toque estar en la banca. Entender que el equipo me necesita, metiendo goles, defendiendo, o sentado en la banca. Respetar a la autoridad, aunque el árbitro se equivoque y me perjudiquen sus decisiones – a veces hasta me han beneficiado, y no me quejo – y el director técnico parezca que me quiere dejar sentado porque tienen sus preferidos. Aceptar ser el preferido de algún entrenador y que a otros simplemente no les guste como juegas. A estar ahí cuando mi compañero necesita apoyo o está caído y también cuando el contrario lo necesita. En fin, del futbol he aprendido mucho de lo que es la vida. El futbol es un juego que se disfruta si se gana y si se pierde. La vida es como el futbol. Juega.

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