La lluvia en mis pantalones
Estuve caminando bajo la lluvia. Al principio,
debajo de mi paraguas, aceleré el paso. Cuando unos metros más adelante me
convencí que por mucha velocidad que llevara iba a terminar totalmente mojado,
decidí bajar el ritmo.
Todo cambio a partir de ese momento. La lluvia seguía
cayendo inclemente sobre las calles y sobre mí. Mi pequeño paraguas resultó
suficiente sólo para cubrir mi cabeza y poco a poco fui mojándome todo, los
zapatos y los calcetines casi de inmediato al dejar de esquivar los charcos, el
agua comenzó a subir por mi pantalón hasta llegar a mis rodillas; los codos que
no estaban tapados por el paraguas y mi espalda, después de empapar el saco y
la camisa.
No había nadie ahí para regañarme como cuando era
pequeño. Cuando llegué a mi destino, las personas a mi alrededor ni siquiera
voltearon.
Pero yo sonreía. Tiempo atrás y después de esa lluvia
sobre mí, seguramente hubiera estado muy enojado, tanto por los zapatos que se
echaron a perder como por la ropa que ya no podrá ser utilizada.
Ahora sonreí porque no me importó. En 6 meses ha
cambiado todo. La manera de ver la vida. Mi preocupación o despreocupación por
mí, por lo material y por lo que piensen los demás.
De esos seis meses, llevo 3 viviendo en la “gran
ciudad”, lugar de oportunidades y crecimiento según dicen. Polo de desarrollo
económico y plenitud.
Tres meses he observado a la gente a mi alrededor.
Todos están preocupados todo el tiempo. Por el tráfico, por la hora, la
seguridad, el trabajo, las marchas, la lluvia, el temblor, la distancia, el
desayuno. Para la hora de la comida ya ni siquiera sonríen. Caminan todos como
hipnotizados hacia allá y por la tarde, hacia acá, sin perder el tiempo en ver
el cielo o las flores que, muchas veces, terminan aplastando en su loca carrera
para llegar a algún lado donde no quisieran estar, pero tienen que estarlo.
Similar los que van en coche, en moto o en bicicleta. Ni qué decir de los que,
apretados, viajan en autobús.
El metro es diferente. Ahí todos corren al mismo paso.
Entran, bajan, suben, bajan, salen. Al mismo ritmo. Sean escaleras para arriba
o para abajo. Transbordo, camino, pum pum pum pum, uno, dos, tres, cuatro. El
mismo ritmo, el mismo paso. Pum pum pum pum. Tururú, bajan, suben,
compermiso, salen, corren, llegan tarde.
Por la tarde o por la noche es igual pero en sentido
contrario. Corre, sube, baja, ya quiero llegar, llueve, los niños, cenar, horas
extras, no hay lugar, llueve. Tampoco hay flores ni sonrisas. Sólo prisa para
regresar a descansar para cansarnos mañana. Igual, cada día, todos los días.
Parece que a eso le llaman vida.