Voy al aeropuerto ¿Uber o Taxi?
Estuve observando las discusiones sobre Uber cuando llegó a
la Ciudad de México y a otras ciudades del país. En cada ciudad, se desata una controversia
con los taxistas y proveedores registrados de servicios de movilidad, ya que la
gente está “harta de sus abusos” y desea una opción viable, segura y moderna de
transporte, que los taxistas tradicionales y los gobiernos no pueden
proporcionar.
En octubre de 2014, un alto ejecutivo de Uber llamado Ryan
Graves mencionó que “por alguna razón” al Gobierno de la Ciudad de México (y en
general al “Gobierno”) le toma muchos meses entender el modelo de negocio de
Uber, pero al pasajero “sólo le toma unos segundos” comprender los beneficios. De
esa manera condescendiente con la que Uber emite sus comunicados, señaló
entonces Mr. Graves que el problema que resuelven en México es de confianza.
Aquí voy a tratar de encontrar esa razón desconocida para Uber y que los
pasajeros parecen pasar por alto, volcando su confianza y seguridad en Uber.
Esperen y dejen me regreso un poco, que todo esto viene al
caso porque quiero tomar un taxi al aeropuerto. Por supuesto, me recomiendan un
Uber. Muchos conocidos y desconocidos han sido convencidos por los beneficios
de Uber y ahora presumen extasiados sus viajes y sus botellas de agua y su
música y que el chofer no va platicando todo el viaje y sus anécdotas chuscas.
Y que los modelos de los coches uyuyuy y que qué barbaridad qué maravilla Uber.
Yo, confiando de que además de llevarme al aeropuerto, me
resolverían el problema de confianza, bajé la aplicación de Uber para
registrarme como usuario, descubriendo que justo después de mi nombre y correo
electrónico, me solicitan es un número de tarjeta de crédito, con todo y CVV.
Los que me conocen, saben que yo ya hacía compras por
internet antes de Verisign, de protocolos SSL 128 bits y de que Mr. Graves
cumpliera 15 años y que, siempre que el sitio inspire confianza, proporcione
información correcta y completa y prometa un mínimo de seguridad para mis datos
personales y financieros, no tendré problema en registrarme.
Así, se levantó la primera alerta (Red Flag para los
millenials): Una aplicación descargada de App Store, Google Play o Tienda
Windows, sin más información en la tienda de aplicaciones que “By Uber Technologies, Inc.” y la
dirección de su página web y que de entrada me solicita datos financieros, huele
mal. Decidí no darles mis datos, aún.
Impulsado por la confianza que mis conocidos parecen tenerle
a la tal aplicación y con mis reservas, decidí visitar el sitio web de Uber,
antes de entregarles mi tarjeta de crédito. Por lo menos ahí tendrán
información sobre dónde ir a reclamar y un EULA o “Términos y Condiciones” o
por lo menos un “Aviso de Privacidad” que, si bien no lo leeré todo, me servirá
para saber dónde me puedo pelear con ellos.
Así, llegué a uber.com.
Una página con un diseño sobrio y sencillo, muy intuitiva cuando se trata de
registrarte como pasajero o como conductor, que se traduce automáticamente al
idioma de tu sistema operativo y si se lo permites, te presenta contenido según
tu ubicación. Bonita y fresa.
El problema aparece cuando quieres buscar una dirección
física de la empresa en México (o en cualquier parte del mundo). Generalmente
existe un apartado “Acerca de” en las páginas. O “Contacto”. Nada.
Decidido a encontrarlos, navegué durante horas en su página.
Por ahí hay una sección “Ayuda” y en el pie de esa página, pequeño, un enlace
que dice “Conócenos”. Nada tampoco excepto la historia de su empresa y su
maravillosa creatividad e “historias de éxito” de pasajeros y conductores.
Nada.
Simplemente no hay forma, sencilla, de dar con sus oficinas,
así que desistí y, con dos banderas rojas en la mano, decidí enfocarme en sus
“Términos y Condiciones”. Click aquí y click allá, llegué al documento.
En el número 1 ¡Sorpresa! Aparece el nombre de la empresa y
su domicilio. ¡Al fin sabré a quién le daré mis datos y dónde puedo ir a
reclamar en caso de cualquier problema! La empresa se llama Uber B.V. y su
domicilio está en Vijzelstraat 68, 1017 HL, Ámsterdam, Países Bajos. O sea,
¿cómo?
La empresa responsable es una sociedad ho-lan-de-sa y su
domicilio está en Ámsterdam.
Ok, no hay problema. En muchas páginas de internet la
empresa responsable es extranjera porque es su corporativo o lo que sea, pero
en la mayoría viene un domicilio local o un teléfono local para atención local.
No creo que nos hagan ir a Ámsterdam para cualquier cosa. Sigo leyendo.
La condición 6 me asusta, pero no es lo que estoy buscando,
así que la dejo para después y llego a la Séptima Condición que se refiere a
dónde nos vamos a escribir, ellos a mí y yo a ellos. Literalmente dice “Usted
podrá notificar a Uber por comunicación escrita a la dirección de Uber en
Vijzelstraat 68, 1017 HL, Ámsterdam, Países Bajos”. Ok, ok. Tengo que enviarles
una carta o ir a Holanda para hablar con ellos. El Aviso de Privacidad para
México también me dice que les mande una carta allá a la Calle Mortero.
Pero eso no es todo pues me acuerdo de la Condición 6 que me
horrorizó antes y ahora me aterroriza: “las presentes Condiciones se regirán e
interpretarán exclusivamente en virtud de la legislación de los Países Bajos”.
¿QUÉ? ¿Legislación de los Países Bajos? ¿wetgeving van Nederland?
Y eso no es todo, en caso de que tengamos un desacuerdo,
aceptaríamos tener un proceso de mediación y arbitraje según la Cámara de
Comercio Internacional en… sí, Ámsterdam.
De acuerdo, mi problema de seguridad y confianza será
resuelto por una empresa holandesa, ubicada en Ámsterdam y con la que, en caso
extremo, tendré que pelearme en Holandés, bajo la ley holandesa y conforme a
las reglas de ICC.
Luego luego mi memoria se activa y busco información en Google.
Tenía razón y recordaba bien: El primero en violar la seguridad de iCloud fue
el grupo Doulci, originario de Holanda en 2014; también, Sven Olaf Kamphuis es
el hacker holandés que en 2013 realizó el ataque informático más grande del
mundo y, en 2013 hackers paralizaron los bancos de Holanda con un ataque. Y ahí
van a guardar mi información personal y financiera.
Y yo sólo quiero tomar un taxi para ir al aeropuerto. Además
de mi maleta, traigo ahora una colección de banderas rojas.
Pero, dejando de lado las deformaciones profesionales, mis
ganas de litigar todo, voy a buscar otras razones para registrarme. Todos lo
hacen…
El modelo de Uber, por lo menos lo que se ha publicitado y
esgrimido como bandera, es que los conductores son los dueños de los coches que
manejan. Son personas como tú y como yo (¿gente bien? ¿gente confiable?) que
buscan una oportunidad de trabajar o de aumentar sus ingresos. Tienen un coche nais
y por diversas circunstancias, deciden manejar Uber. Así, tú puedes estar
seguro que el conductor es el dueño de su coche y su único interés es prestarte
el servicio y ganar un dinerito. Qué tranquilidad, qué felicidad y qué
conveniente. Explican que les hacen una revisión de antecedentes, checan los
seguros del auto y listo. Fácil, rápido y seguro.
Hasta ese momento, todo está súper bien. Gente bien
manejando coches bien para gente bien. Sin efectivo y sin mayores
complicaciones.
Al parecer me voy al aeropuerto.
Pérate mano. ¿El seguro me protege? Yo, como usuario de un
servicio, tengo derecho a indemnización por pérdidas orgánicas, invalidez o muerte
en caso de accidente mientras voy en el Uber al aeropuerto. Aún no salgo al
aeropuerto, vamos a investigar más.
En todas las páginas relacionadas, Uber solicita a los
conductores un seguro. En algunas vienen los requisitos: “Seguro de cobertura
amplia: 3 millones de RC y 200 mil de Gastos Médicos Ocupantes”.
Esto quiere decir que, en caso de accidente, serán pagados
los gastos médicos que pueda yo requerir siempre que no pasen de 200 mil
machacantes. Si me excedo en mis daños, tengo que ir a reclamar a Ámsterdam.
Pero lo más grave es que, revisando las pólizas de seguro que recomienda Uber, no
se amparan pérdidas orgánicas, invalidez, ni muerte de los ocupantes, por lo
que yo, con mi silla de ruedas o mi viuda, tendría que ir a Ámsterdam a
reclamar. Lo bueno que a ella siempre la ha gustado Holanda y quiere regresar.
Luego me entero que algunos amigos tienen su Uber. Hay uno
que tiene dos. ¡Ah chingá! ¿Cómo le haces? ¿Manejas uno con cada pierna o cómo?
Además de pendejearme por ignorante, mi amigo me explica que por supuesto que
él no lo maneja. Uber tiene un programa donde tú pones el coche y otro
interesado pone la conducción. O seeaaaaa... ¿quien viene detrás del volante no
necesariamente es el dueño del Uber?
Pero si me accidento y el seguro no alcanza, además de ir a
Ámsterdam y con el conductor, tengo que buscar quién es el dueño del coche para
poder seguir con mi tratamiento. Esto ya no está tan bonito. Ya no es gente
como yo manejando coches. Es gente que tal vez sea como yo y que tiene choferes
que manejan sus coches.
Que miedo. Estoy seguro que mi seguridad es la misma que en
un taxi de sitio. Por lo menos en el taxi de sitio no tengo que salir del país
para reclamar y siempre está el organismo que otorgó el permiso como respaldo.
Igual de débil respaldo el gobierno local que una empresa en Ámsterdam, pero
más cerca.
No señor Graves, no resolvieron mi problema de confianza con
toda su mercadotecnia. Al contrario, me aterra subir en un Uber, donde
simplemente estoy a la deriva, rogando a Dios que nada me pase en el camino y más
cuando me detengo en la Condición 5 de los Términos y Condiciones que debo
aceptar para tener su servicio:
“UBER NO
HACE DECLARACIÓN NI PRESTA GARANTÍA ALGUNA RELATIVA A LA FIABILIDAD,
PUNTUALIDAD, CALIDAD, IDONEIDAD O DISPONIBILIDAD DE LOS SERVICIOS O CUALQUIERA
DE LOS SERVICIOS O BIENES SOLICITADOS A TRAVÉS DEL USO DE LOS SERVICIOS, O QUE
LOS SERVICIOS NO SERÁN INTERRUMPIDOS O ESTARÁN LIBRES DE ERRORES. UBER NO GARANTIZA LA CALIDAD, IDONEIDAD,
SEGURIDAD O HABILIDAD DE LOS TERCEROS PROVEEDORES. USTED ACUERDA QUE TODO RIESGO DERIVADO DE SU USO DE
LOS SERVICIOS Y CUALQUIER SERVICIO O BIEN SOLICITADO EN RELACIÓN CON AQUELLOS SERÁ ÚNICAMENTE SUYO”.
¿Me manda un taxi por favor?