Tres años
Pasa el tiempo y se va desvaneciendo la angustia del momento. Sólo
queda el recuerdo, resistiéndose a ser archivado junto a los demás recuerdos.
Se resiste a ser archivado, catalogado y guardado y sólo desempolvado en
fiestas y anécdotas. Los problemas cotidianos pasan galopando sobre él y lo
machacan bajo una constante tormenta de preocupaciones vanas. Pero cada
pastilla matutina es un brevísimo repaso de aquel día. Cada dosis de ramipril,
cada miligramo de simvastatina activa la memoria de aquella cama fría, esas
perforaciones en los brazos, en las manos, en el cuello, en la pierna. Cada
toma de aspirina evoca ese marcapasos conectado y supliendo el trabajo que el
corazón no podía realizar. Tres años han pasado; tres años en los que cada día se
agradece a Dios por salvar la vida, aunque cada día se vea más lejano aquel
milagro y se complique el agradecimiento. Tres años de subidas y bajadas que
causarían la envidia de cualquier montaña rusa y que han fortalecido ese maltrecho
corazón. Tres años de cambiar la dureza que comenzaba a rodearlo por una cursi
simpleza que salpica los ojos de lágrimas por cualquier cosa, como cuando era
niño. Treinta y seis meses de ver al mundo de una manera diferente, de
agradecer, de acercar y de dejar ir. De sueños y planes y tumbos y tropiezos.
De silencio, de cambio, de vida.