La nube que parecía nube.
Sintió que todo perdía sentido. Su huracán siguió con
vientos huracanados y la dejó atrás. Ella que soñaba con recorrer el mundo
aterrorizando y destrozando. Su ilusión, desde que era una pequeña brisa en el
golfo de Eilat jugando con la arena y la historia que bajaba desde el Sinaí,
fue dar la vuelta al mundo convertida en desastre.
Con sus primeros remolinos se unió a una ventisca en el
Sahara. Legendaria ventisca que se convirtió en tormenta de arena, sabedora de
que incluso en el espacio podían apreciar su grandeza, decidió cruzar el mar y
unirse a otras nubes, adoptar formas terribles y amenazadoras y destruir lo
destruible.
Conforme salió del continente y se aventuró en el mar,
soberbia, tormentosa, fue creciendo. En el trayecto se unió a otras muchas
guerreras hasta confundirse y ser una misma, una tormenta tropical con la
voluntad y las ganas de formar un huracán que pasara a la historia y seguir,
convertirse en tifón para después regresar tranquilamente a su lugar de origen
y dar paso a las nuevas nubes que seguramente desearán seguir sus pasos al
terminar esta historia.
Se acercaba a la costa y
ansiosa, luchaba por revolverse con las demás, queriendo girar. Se
ensanchaba, ennegrecía, subía y bajaba, pero aún no era un huracán. Llegó al
nuevo continente, se adentró en él y quedó abandonada. La abandonó su huracán.
Las demás nubes, en su mayoría, siguieron el camino con él hasta cruzar al otro
océano y destrozar los sueños de muchos seres humanos y los sueños de la nube.
Ella se quedó observando la tierra. Y fue observada por un
niño que dijo: “Esa nube no parece nada… sólo parece nube”. Y se puso a mirar
otras. Llovió un poco.