Yo, el indio (o El día que la muerte se tardó, con una conclusión que dos mil días después lanza una pregunta al aire).
Ese día, Mictlantecuhtli se levantó y se puso su amaneapalli más cómodo. Sabía que tendría que viajar más de mil kilómetros para recoger un alma. Aunque es largo el viaje, vale la pena cuando eres el señor del Mictlán y ese es tu trabajo.