“Espérame… wait” le dije a mi papá un día. Como iba
cuatro pasos delante de mí, no alcanzó a propinarme la cachetada que merecía según
lo que mi defectuosa pronunciación le dio a entender y sólo preguntó, con su
cara calmada pero esa voz de trueno que indicaba que estaba por desatarse una
tormenta “¿Espérame… QUÉ?” Mis ojos se abrieron como platos y mi cerebro
comenzó a girar a diez mil revoluciones tratando de adivinar por qué esa
reacción. Un instante después entendí y pude decir, lentamente, con un hilito
de voz: “gu… ei… T”. Me aseguré de pronunciar la te como si las consonantes
mayúsculas se acentuaran.